Narradoras mexicanas nacidas en los sesenta: El imaginario de la enfermedad.
Las narradoras mexicanas han adquirido notoriedad los últimos años. Las nacidas en la década de los sesenta empiezan a despuntar y alguna ha dado ya una obra importante. ¿Quiénes son, de dónde vienen, de qué escriben?, son las preguntas a las que damos respuesta a continuación.
EL CONTEXTO
Corren los años 60. La población del mundial llega a tres mil millones habitantes. La sociedad mexicana está conmovida por la represión a la huelga de los ferrocarrileros. Rusia y Estados Unidos dan inicio a la carrera espacial poniendo en órbita terrestre al primer astronauta de la historia y más tarde el primer vuelo suborbital que años después culmina con el hombre en la luna. En México, el presidente López Mateos interviene en favor de Cuba cuando éste se declara socialista y se opone a que sea excluida de la OEA; negocia con Estados Unidos la devolución de "El Chamizal", que pasó a manos norteamericanas cuando el Río Bravo cambió su cauce unos kilómetros. En la ciudad de Dallas, Texas, es asesinado el presidente John F.Kennedy. En el estado de Coahuila se construye la presa de La Amistad, al mismo tiempo que en el país se desarrolla la telefonía nacional e internacional; crece la red carretera en 14, 200 kilómetros, son modernizados y construidos más de cincuenta aeropuertos. En el sudeste asiático la escalada en la guerra conduce al inicio de bombardeos aéreos sobre Vietnam del Norte. En el Distrito Federal se inician y concluyen las labores del Metro con dos líneas. La migración campesina a la ciudad capital de México se convierte en un problema de importancia, en Guerrero se hacen evidentes los conflictos de asuntos ejidales y de cacicazgo y aparecen grupos guerrilleros armados. En Medio Oriente estalla la Guerra de los 6 días entre árabes y judíos. Ernesto Che Guevara es capturado y fusilado en Bolivia. Hay movimientos estudiantiles y libertarios en todo el mundo: Praga, Paris, México. Los problemas estudiantiles en México culminan en una matanza durante un mitin en la plaza de las tres culturas en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, año en el que muere asesinado Martín Luther King y México recibe al mundo en los juegos olímpicos en las mismas calles en las que han muerto cientos de muchachos. Se publican libros fundamentales en la literatura mexicana: Oficio de tinieblas de Rosario Castellanos, Aura de Carlos Fuentes, Los albañiles de Vicente Leñero, Los recuerdos del porvenir de Elena Garro, Los errores de José Revueltas, Farabeuf de Salvador Elizondo, Gazapo de Gustavo Sainz, José Trigo de Fernando del Paso, De perfil de José Agustín, Morirás lejos de José Emilio Pacheco, La obediencia nocturna de Juan Vicente Melo, Los peces de Sergio Fernández, El complot Mongol de Rafael Bernal. Los premios Nobel de literatura fueron otorgados a Samuel Beckett, Yasunari Kawabata, Miguel AngelAsturias , John Steinbeck, Jean Paul Sartre, Ivo Andric, Michael Sholokhov.
Este es el contexto de las escritoras de las que hoy nos ocupamos: narradoras mexicanas nacidas en la década de los sesenta, que han crecido y enfrentado el mundo desde este lugar donde por primera vez lo vieron, porque como lo explica Jean Franco:
“La obra de un escritor se origina en una serie de experiencias individuales que lo marcan, que le dejan un pasado y un alienante estado de preñez y que cada autor se debe a una realidad específica (cultural o social) que lo persigue.”[1]
De entonces a hoy la población se ha duplicado, las guerras no ha cesado aunque parece que las ideologías llegaron a su fin; la política ha dejado de interesar; las religiones han perdido adeptos y ha crecido la tendencia a la “nueva era”; la escala de valores sociales y culturales se ha modificado; los avances tecnológicos han revolucionado el modo de vida desde lo doméstico hasta lo genético; la globalización ha disminuido la distancia entre un país y otro pero ha aumentado la diferencia entre pobres y grupos favorecidos; todos los días hay un nuevo virus para el que no se conoce cura ni causa, las pestes vivas que amenazan animales y personas como el ébola, el sar, el sida, son cosa de todos los días.
LA TRADICIÓN
Las narradoras mexicanas pertenecen a una tradición literaria que inicia, quizá, con Sor Juana Inés de la Cruz.
“Las mujeres siguieron apareciendo una tras otra y tomaron sus puestos a veces de manera fulgurante. Elena Garro es quizás la mejor prueba, con sus ojos de niña traviesa y la originalidad de sus narraciones o piezas dramáticas, y Amparo Dávila y María Luisa Mendoza y Luisa Josefina Hernández y Guadalupe Dueñas y Esther Seligson y Brianda Domecq dueña de una editorial dedicada al género, e Inés Arredondo que concebía cuentos espléndidamente urdidos y Elena Poniatowska periodista sagaz y Angeles Mastretta merecedora del premio Rómulo Gallegos y Laura Esquivel que consiguió un bestseller a la altura de la globalización. Los nombres son un rosario de cuentas que se multiplican con celeridad geométrica.”[2]
Para efectos de nuestro objeto de estudio citamos a Gabriela de Beer quien explica la línea que siguen las narradoras mexicanas nacidas antes de 1960.
“La dirección no es única: es como una rueda de muchos rayos. Entre ellos figura la historia, la de México en el caso de Ángeles Mastretta (1949), Silvia Molina (1946), Francesca Gargallo (1956), y la de otros países en la obra de Angelina Muñiz (1936) y Carmen Boullosa (1954); la concentración en figuras históricas como en la novela de Brianda Domecq (1942), o en la psique tanto de personas mayores como de niños en las obras de Aline Pettersson (1938) y María Luisa Puga (1944); la descripción del mundo íntimo y la sensualidad de la mujer en la narrativa de Ethel Krauze (1954), Mónica Lavín (1955), Josefina Estrada (1957) y Beatriz Escalante (1957), y de la vida urbana de la capital y la frontera en la ficción de Rosina Conde (1954).[3]
Las historias que hoy se escriben están montadas sobre la literatura que producen estas mujeres y la tradición que conforman, ya sea para continuarla, expandirla o romperla.
ELLAS
Las narradoras mexicanas nacidas en los sesenta escriben no sólo a partir de sus experiencias personales y su condición femenina. Entrar a su imaginario sólo desde la perspectiva de género es limitarnos. Son personas nacidas en un contexto social, cultural, y pertenecen a una tradición literaria, como hemos visto.
De acuerdo con Kavolis, la configuración de una obra literaria está determinada, directa o indirectamente, por las condiciones sociales en torno al escritor y las orientaciones culturales prevalecientes, la apropiación de la cultura por parte del artista más las características psicológicas que conforman su personalidad.[4]
Estas mujeres hoy tienen entre 34 y 44 años, sus primeros libros aparecieron hace 10 o 12 años, están en plena madurez de forma y oficio, algunas han dado una obra importante. La mayoría tiene educación formal universitaria no necesariamente en letras, Historia es la licenciatura más socorrida. Trabajan como editoras, maestras y promotoras de la cultura desde trincheras independientes u oficiales, en México o en el extranjero, además de construir su obra en las que practican varios géneros. Escriben en suplementos y revistas, reciben becas, premios, van a congresos e intercambios. Algunos de sus trabajos corren en editoriales españolas y han sido traducidas al inglés, que es el sueño de todas --romper la frontera--, otros apenas se han dado a conocer en ediciones estatales de baja circulación y que conocen muy pocos.
Estás son ellas y estos los libros de cuento y novelas publicados al día de hoy:
Rosa Beltrán ( 1960, D.F.) La espera, La corte de los Ilusos, El paraíso que fuimos; Ana García Bergua (1960, D.F.) Púrpura, El Umbra: Travel and adventures, El imaginador; ; Ana clavel (1960, D.F.) Amorosos de atar, Fuera de escena, Los deseos y su sombra;. Adriana Gonzáles Mateos, (1961, D.F.) Cuentos para ciclistas y jinetes; Malú Huacuja del Toro (1961, D.F.) Un dios para Cornelia, Un cadáver llamado Sara, Crimen sin faltas de ortografía; Lucila Montoya (1961, Coahuila) Lipania; Beatriz Meyer (1961, D.F.) Para sortear la noche; Patricia Laurent Kullic (1962, Tamaulipas) El topógrafo y la tarántula, Están por todas partes, Esta y otras ciudades, El camino de Santiago; Ana María Sánchez, (1963, D.F.) La otra cara; Graciela España, (1964, Nuevo León) Asedio; Carolina Luna (1964, Yucatán) Cuentos de sangre para antes de dormir, El caracol, Prefiero los funerales, El matagatos y otros cuentos; Cristina Rivera Garza (1964, Tamaulipas) Nadie me verá llora, La guerra no importa, La cresta de Ilión. Edmée Pardo (1965, D.F.) Espiral, El primo Javier, Lotería, El sueño de los gatos, Pasajes, Rondas de Cama, La madera de las cosas, Luzagua, Flor de un solo día; Regina Zwain, (1967, Nuevo León) La señorita superman y otras danzas; Gabriela Velásquez, (1967, D.F.) En medio de un derrumbe de cielos. Eva Bondenstedt (1967, D.F.) Café reencuentro; Lucía Manríquez, (1967, Nuevo León) Lipania; Susana Pagano (1968, D.F.) Y si yo fuera Susana San Juan, Trajinar de un muerto; Cecilia Eudave (1968, Jalisco) Técnicamente humano, Invenciones enfermas, Registros de imposibles; Fausta Gantús (1968, Campeche) Los amantes de la luna en el pozo; Victoria Haro (1968, D.F.) La tía Pita y otras muertes no ordinarias; Judith Segura (1968, D.F) Instrucciones para besar a su bestia; Evelina Gil (1968, Hermosillo) Réquiem para una muñeca rota, Hombres necios, El suplicio de Adán; Paola Marina Jaufred Gorostiza (1969, D.F.), Escuchando a Gershwin frente al hotel de México; Adriana Pineda (1969,Michoacán ) Octubre y sus sorpresas.
EL IMAGINARIO
Las narradoras nacidas en los sesenta abordan los temas comunes a la literatura hecha por mujeres: el recuento familiar y el mundo íntimo: se tratan problemas de frigidez, divorcio, lesbianismo, aborto, adulterio, relaciones sadomasoquistas, la pérdida de la juventud y los conflictos que traen consigo la autosuficiencia; pero los rebasan y ofrecen más: la metaficción, la intertextualidad, la novela histórica y policíaca, los conflictos sociales, la ciudad, la corrupción del gobierno, las relaciones de pareja, la enfermedad, el narcotráfico, la prostitución. En comparación con el imaginario establecido han salido del mundo íntimo para entrar al mundo social, del mundo que las habita al mundo que viven.
El uso de la primera persona para narrar es un recurso repetido, así como la construcción de personajes femeninos a través de los cuales se establece un modo de mirar. Esto, generalmente, otorga un tono autobiográfico y casi confesional a las obras, seánlo o no. El tratamiento a los temas de pareja y relaciones amorosas, son ejemplo de ello. Las narraciones ordenan los hechos y en ese sentido los explican pero raramente los traducen a nivel de símbolos.
Seis son las temáticas más exploradas tanto en los cuentos como en las novelas leídas: históricas, familiares, citadinas, metaficción, pareja, locura. Son el signo de los tiempos que viven y el modo cómo se adueñan de ello. Se mantienen como constantes el erotismo y la identidad sexual ya que permea casi toda la narrativa escrita por mujeres pues en su mayoría construyen personajes femeninos. Sin embargo no es exclusivamente la identidad sexual propia pues también abren sus horizontes para dar entrada a la de un joven homosexual, como lo hace Bergua en su novela Púrpura, pero el parteaguas en el imaginario femenino es la enfermedad.
La enfermedad como metáfora, explica Susan Sontag[5], se encuentra en el registro literario de las imágenes sobre un mal físico(en concreto el cáncer, la tuberculosis y el SIDA) para ver el modo como es concebido por una sociedad. Vivimos en un tiempo donde la búsqueda de la salud y la belleza como consecuencia de ésta, obsesiona a los individuos. Se buscan relaciones amorosas sanas, vínculos sociales libres de patologías, cuerpos enteros y bellos a los 40 años como si tuvieran 20. El alcoholismo ya no es un vicio sino una enfermedad que merece comprensión y tiene cura, la autodestrucción ya no es una compulsión sino una patología de carácter que se corrige, las obsesiones ya no son distingos de carácter sino temas a tratar en el consultorio de un especialista tradicional o alternativo. Por otro lado, debido a su carácter transitorio --todo tiene cura--, la enfermedad se acepta como forma de existir en el mundo porque ahí reside la posibilidad de ser desde la otredad: la salud es una forma clasificada y homogeneizada de ser, la enfermedad da libertad.
¿Qué es la enfermedad si no una forma de estar y no en el mundo? La enfermedad es el permiso de operar de un modo distinto, limitado, alterado, particular, en la sociedad. La enfermedad es la intermitencia entre la actividad y el desamparo, es la marginación y un sitio de combate desde la marginalidad, es el escondrijo y la trinchera, a partir de los cuales se puede establecer otra visión de las cosas.
Nunca como ahora aparece la enfermedad en el imaginario femenino ya sea la mental a través de la locura o padecimientos que la psicología ha tipificado de modo casi exhaustivo, la física a través de las pestes, o la espiritual a través de la carencia de fe. Baste ver el título del libro de cuentos de Cecilia Eudave, Invenciones enfermas, para entrar en tema.
La locura adquiere matices interesantes con Patricia Laurent en su novela El camino a Santiago donde la heroína viaja en el interior de su cuerpo habitado, al menos, por un par de seres. Estas criaturas permiten una relación crítica, desesperada, humorística, con la realidad. El tema de la doble o triple personalidad recibe tratamiento radical.
En la obra de Susana Pagano, Y si yo fuera Susana San Juan inspirada en el personaje Susana San Juan de Juan Rulfo, aparece la terapia psicológica como lugar donde se desarrolla parte de la acción. Un trío de Susanas se mezclan, la autora, la narradora y la de Pedro Páramo, para dar vida a una historia llena de fantasía, donde la Susana narradora trata de ordenar y sanar ese desasosiego mental y espiritual que vive.
En Nadie me verá llorar de Rivera Garza, un fotógrafo de los años 20 entra a un manicomio y se topa con la historia de Matilda Burgos una interna que ofrece otra versión y visión de la locura. En La cresta de Ilión, de la misma autora, una mujer visita a un médico porque teme el contagio de la Desaparición, una infección maligna e implacable que convierte a los personajes en huéspedes de la niebla.
La enfermedad como peste en el contexto del sida aparece en El primo Javier de Edmée Pardo, una de las tres novelas publicadas en México en torno al problema del SIDA a más de 20 años del primer caso detectado en el país, misma que después fue reeditada bajo el título Morir de Amor.
En El paraíso que fuimos de Rosa Beltrán, Tobías, el personaje central de la novela, a causa de una enfermedad visual, el astigmatismo, descubre que tiene la facultad de captar lo que los demás no ven. Así nace su fascinación por la religión, sus conversaciones con los santos, sus intentos de infligirse castigos o de hacer milagros.
Así, son los estados de ausencia de salud los disparadores más comunes en los temas que enfrentan las narradoras mexicanas pues ofrecen riqueza y variedad de personalidad e historias.
EL FUTURO
La nacidas en los sesenta todavía tienen mucho qué escribir. Lo mejor de su obra aún está por hacerse. Empiezan a intercalar sus voces las nacidas en la década de los setenta con sus primeros libros: Marina Bespálova (1970), Julieta García González, (1970), Alejandra Bernal (1970), Marlene Acevedo (1971), Socorro Venegas (1971), Guadalupe Sánchez Nettel (1972), Mayra Isunza (1975), Cecilia Chávez Aguilera (1977), Elizabeth Flores (1980), Vizania Amescua (1974), cuyo imaginario está por definirse.
Bibliografía relacionada con el tema:
Gabriella de Beer, Escritoras mexicanas contemporáneas: cinco voces. Fondo de Cultura Económica, México 1999
Fabianne Bradu,. Señas particulares: escritora. Ensayos sobre escritoras mexicanas del siglo XX. Fondo de Cultura Económica, México 1987.
Ana Rosa Domenella, Territorio de leonas, cartografía de las narradoras mexicanas en los noventa. Juan Pablos/UAM Iztapalapa, México 2001
Brianda Domeq, A través de los ojos de ella (compilación de cuentos).Editor Dr. Priscilla Gac-Artigas, México 2001
[1] Jean Franco, La cultura moderna en América Latina, Ariel, Barcelona 1980, p.26
[2] Beatriz Espejo, Ponencia presentada en el II Encuentro de Escritoras, Argentina 2000
[3] Gabriela de Beer, Literatura y mujeres, revista Nexos 199, julio de 1999, México
[4] Cfr. V. Kavolis, La experiencia artística, un estudio sociológico, Amorrortu,Buenos Aires, 1979
[5] Cfr. Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas, Taurus, Barcelona 1990